abril 04, 2012

Anfangen

Él había elegido sentarse sobre el barandal de ladrillo, recostado contra la columna. Era un lugar extraño, una suerte de balcón dentro del edificio que daba a la entrada principal. Estando en un tercer piso, permitía ver a todos los que entraban y salían, a lo lejos, sin involucrarse o mezclarse entre ellos. Además, el lugar era poco frecuentado puesto que allí se programaban clases de grupos no muy numerosos o de carreras poco populares.

Era el primer día y sin embargo él lograba sentirse cómodo allí, recostado contra la columna, sentado junto al vacío. Curiosamente el edificio ofrecía una pobrísima recepción de radio a quienes intentaban oirla dentro de él, por lo que recostarse contra la columna ayudaba a mejorarla considerablemente. Pragmatismo. Aislamiento. Oir la radio mientras observaba a las personas que discurrían junto al vendedor de libros en la entrada. El monólogo interior de fondo.

Y la vio llegar. Justo cuando ella entraba al edificio, pasando junto al vendedor de libros, le miraba allí arriba donde él estaba. El vacío junto a él se llenó de ella y él sólo atinó a saltar de su sitio, alejándose del balcón aterrado. Un segundo después, él se preguntaba por qué lo había hecho. Sin pensarlo, había reaccionado a una mirada fugaz como si fuese un animal salvaje tras de él; sintió el miedo primigenio.

¿Quién era ella? Recordaba haberla visto en la clase del semestre anterior, sin haber cruzado palabra jamás. Recordaba verla trabajar siempre junto a la misma persona, sin más. Y sin embargo, él había huído, se había atrincherado tras el barandal como si del otro lado llovieran napalm y morteros.

La escalera. Ella subiría por la escalera que estaba tras la columna en la que se había recostado hasta hace un minuto. Él decide que actuará con normalidad pues, finalmente, nada ha sucedido y nada debe temer. Y como la normalidad implica volver a la radio y al monólogo interior, él vuelve a sentarse en el barandal recostándose en la columna junto a la escalera. Espera. Baja la mirada para ayudarle a la visión periférica. Nada. Ni monólogo interior ni rastro de ella. Sólo la radio.

De pronto, ve moverse algo frente a él, unos tennis grises. Ella había subido por otras escaleras en un costado del edificio y había llegado por el pasillo frente a él. Sorpresa.

- Hola. ¿Es aquí la clase de alemán?

- Alemán dos. Sí.

Aquí él sólo reacciona, así que curiosamente habla con normalidad y, como siempre, hace muchos gestos con las manos. En este caso, se quita uno de los audífonos y luego acompaña su afirmación con dos dedos de su mano derecha.

- ¿Sabes si habrá alguien más del curso anterior?

- Llegué temprano y no he visto a nadie más. Según las listas de registro deberían seguir varios pero realmente no lo sé.

Ella, saquito verde, blusa blanca, jeans y tennis grises. En principio sentada al otro lado del barandal, ahora se acercaba para conversar. Él seguía recostado contra la columna para no tener que pensar en cómo sentarse. Seguirían solos por media hora más. Sería la primera de muchas conversaciones. La primera de muchas coincidencias. El primer motivo para los remordimientos futuros.

Ahora él ya sabía su nombre y podía asociarlo a todas las imágenes que recordaba cuando volvía a pensar en todo ello. Era A.

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